“Ceremonias Vacías” / ver todas las obras

“Ceremonias Vacías”
(pintura s/tela y objeto)
Galería Praxis,
Buenos Aires, Argentina, 1993

“Presencia de lo telúrico”
Rafael Squirru

En la Galería Praxis (Arenales 1311) exhibe un importante conjunto de técnicas mixtas de María Luz Gil.
En algunos casos la pintura se adueña de la tela, en otros, aparecen distintas formas de “collages”, en diversos materiales que no desdeñan el empleo de la madera, bien adosada a la tela, bien desdoblada en otras piezas tridimensionales, como si fueran bancos al pie de las telas, en los que a veces asoman otras formas, entre las cuales la artista parece preferir las de claras alusiones ovoidales.
Los planteos de las pinturas son octogonales casi en su totalidad, lo que establece una suerte de contrapunto con los cuerpos sólidos.
Hemos seguido con atención la trayectoria de esta artista, desde sus claros y limpios planteos geométricos hasta esta última modalidad, en la que parece haber ganado sensiblemente en riqueza plástica.
Su claridad conceptual en nada se ha visto disminuida por este enriquecimiento matéríco, de tonalidades opacas, de clara referencia americanista.
Se diría que María Luz Gil ha buceado en profundidad hada las napas más ricas de su yo, y ha mantenido, de este modo, un clima de repercusiones simbolistas, que dan a sus trabajos un sabor misterioso, que la coloca entre las más fuertes creadoras de su generación. Por momentos pinta, por momentos raspa la tela, como si quisiese obligar a la materia a manifestarse en todas sus posibilidades.
Sabemos lo difícil que es meterse “dentro” del ámbito bidimensional como para que la imagen surja desde adentro. María Luz Gil lo logra después de una encarnizada batalla con colores, texturas y formas. Si a veces traspasa los límites acudiendo a una tercera dimensión, lo hace sin desnaturalizar el impacto del todo. Aun cuando en nuestro caso particular desconfiemos de las licencias poéticas. Siempre recordamos a Mies Van der Rohe: "Menos es más”.
Sea como fuere, nos parecería mezquino retacear nuestro aplauso a quien ha logrado la difícil victoria de transmutar la materia inerte en vibración vital. La presencia de lo telúrico en esta suerte de constructivismo reafirma los importantes logros de esta creadora.

 

Catalogo Galería Praxis 19/7/1991
Rosa María Ravera

“Las obras que María Luz Gil exhibe en esta ocasión de inmediato comunican, a golpe de vista, la apertura de sus propuestas. Esto resulta más aún evidente para la mirada reflexiva, que vale la pena incentivar indagando qué es lo que se ha producido, qué aconteció en la labor diaria de esta artista a través de cambios ya insinuados en su anterior muestra, palpablemente afirmados en la presente. Por lo pronto, diríase que no manifiesta haber llegado a determinado logro que aprovecha para desarrollar los aciertos de una idea, un hallazgo, una fórmula. Tal actitud, seguramente legítima, de la que por lo general se recaba amplio rédito puesto que ofrece la ventaja de homogeneizar las realizaciones y permitir la identificación del artista, le es ajena, si bien tal individualización no falta. Lo que se observa, en cambio, es el devenir de un tránsito sin finalización prevista, un acontecer, una búsqueda que no ha llegado a un punto de arribo ni lo requiere, al parecer. La obra, cada obra es como un hito, una detención momentánea en el recorrido de un trayecto que no planea su conclusión, su segura y definitiva síntesis. Nada está acabado cuando lo que se persigue -éste es el caso- conduce a la indeterminación de un horizonte libre. Los resultados denuncian la diversidad de los plánteos, sin embargo unidos, silenciosamente, por nexos profundos en la tácita implicítación de las formas. La renovación se ha efectuado a partir de cierto reemplazo o sustitución: de lo definido por lo indefinido, de la unidad por el fragmento, del diseño, que circunscribía la figura con precisión elaborada, por la evidencia de una materialidad que ostenta el propio cuerpo en la superficie ríspida, en el grano. Este se ofrece a la marcación de surcos, signos visibles de una invisibilidad que parece ser tentación perenne del artista. Dando preeminencia a lo artesanal, María Luz ha pretendido introducir, entre la visión y el producto, el avance de la mano, no como transmisora de ideas sino como delatara del gesto. El que preside el arrastre matérico de ondulaciones leves, de dinamismo siempre latente. Como si la mano pudiese estar todavía allí, en una contigüidad imposible pero sugerida e inventada, recuperación del acto de pintar que anula la ausencia, que rememora lo que le dio existencia. Al cumplimiento y perfección formal de lo que estaba definido de antemano (en su producción anterior) sucede lo aleatorio de un accionar que se va dimensionando en la marcha, cuando los ritmos zigzagueantes y las asperezas pictóricas se aprestan a acoger el paso laborioso de la intención creativa, que mantienen y testimonian. Es el trazo, una incisión que divide, separa y une en el engendramiento de la forma promovida en la superficie húmeda y disponible. De lo que se trata, en fin de cuentas, es de la irrupción del sujeto en la imagen, sujeto que sin estar otrora ausente, ahora se patentiza. Peticiona esa mostración, la mostración. Problema estético, lingüístico, existencial, problema de enunciación, como hoy suele decirse, lleva a activar en el enunciado (la obra) lo que le dio origen, justamente la enunciación del autor. Sin duda el operar actual de María Luz responde a esas motivaciones cuando la expresión conclusa tiende a deslizarse hacia la traza, la huella de sí misma mientras la geometría -que por cierto no rechaza-, se transforma radicalmente y el triángulo, ese triángulo en el que insiste, su nuevo paradigma, corre los riesgos -y los halagos- del simulacro. Signo propicio al desdoblamiento, de entidad ambigua, de raigambre imaginaria, de emergencia longílinea. La riqueza y heterogeneidad de la representación explícita y reitera mecanismos que acusan la tendencia a deshacer la unidad y rehacerla a fin de obtener un orden inédito a partir de la desestructuración previa. El método fenomenológico había dado la clave al considerar, en filosofía, que la construcción es necesariamente destrucción y deconstrucción. Algo semejante se constata en "Sin título" I, II y III. Los planos recuperan la totalidad pérdida con otro estatuto, el de una pluralidad de partes que, gozando de una autonomía antes desconocida, inauguran un espacio mixto hecho de fragmentos conjugados en el azul vibrante y profundo, en el rojo. En la organización del campo, que se postula como sistema abierto de posibilidades, se detecta la combinatoria libre, lúdica, mediante el juego de pases, cambios y trueques. Pero no hay que equivocarse; ella no ha elegido la permutación constante como fin en sí misma, la escoge para recomponer la difícil reciprocidad de los elementos en la armonía a la que aspira y que finalmente instaura. Así entiende y concibe su lenguaje pictórico, a pulso dialéctico, con diálogo de fuerzas que liman la oposición y el desacuerdo en el resultado siempre provisional de la forma. En otras obras el registro varía con la alternancia de planos que alientan zonas de cromatismo neto en contraste con ambigüedades espaciales de sombras y pliegues, mientras el recorte contundente se diferencia y a la vez complementa con la impronta de figuras geométricas borrosas ("Otra geometría"). Al provenir de un íntertexto al que es fiel e infiel día a día, María Luz canaliza y orienta sus pasos, inscribe sus rebeldías, sus desfases, su invención cotidiana. Procediendo en ese trayecto ininterrumpido que es para cada pintor la propia pintura, está en un cruce. Lo sabe, lo vive con decisión, con alegría, junto a sus logros, ante nosotros.”